Hay multitud de causas que intervienen en el color de nuestros dientes. Igual que ocurre con el color de los ojos o el tono de piel, en la tonalidad de los dientes hay factores endógenos, marcados por nuestra carga genética, pero además de estos, hay otros exógenos que pueden modificar el aspecto primario. Entre ellos podríamos enumerar distintas sustancias que pueden teñir nuestros dientes y lo pueden hacer por depósito en los tejidos profundos o bien en la superficie dental.
Con los tratamientos blanqueantes externos, se consigue aclarar el color de base del esmalte, consiguiendo mejores resultados según el grosor de la capa de este y de la coloración que presente la dentina, que forma el cuerpo interno del diente.
Para hacer un blanqueamiento dental externo, el profesional realizará una historia clínica en la que descartará el que existan contraindicaciones de dicho tratamiento. Como paso previo al tratamiento con blanqueadores, se realizará, si está indicado, una tartrectomía, o limpieza dental y se harán fotos de control con un testigo del color de los dientes.
Hay dos tipos de aplicación: una clínica, que consiste en una sesión de aproximadamente 45 minutos; y otro ambulatoria, en la que se usan unas férulas especialmente hechas a medida, con receptáculos que se rellenan de gel blanqueante y se dejan actuar durante unas horas al día, habitualmente unos catorce días.
El dentista optará por uno u otro según vea la necesidad, aunque en ocasiones se emplean ambos métodos combinados.
Durante este periodo se suele indicar el uso de pastas dentífricas blanqueantes, para potenciar el efecto del tratamiento.
Cualquier irritación o molestias en las encías o en los dientes habrá de ser notificado al dentista para que vea la conveniencia de seguir o abandonar el blanqueamiento.